viernes, 13 de enero de 2012

La ciudad de México y el espacio público

Fuera de la nueva calle peatonal de Madero, de la nueva Plaza de la República, y de algunos otros puntos privilegiados en su zona central, la ciudad de México sufre en general un palpable y triste deterioro del espacio público. El espacio público incluye plazas, calles, banquetas, andadores, jardines y parques públicos, paraderos de transporte, estaciones del metro o de autobuses, bajo puentes, mobiliario urbano,  monumentos históricos y arquitectónicos, canchas e instalaciones deportivas de uso común, camellones,  sitios abiertos destinados a la cultura, y elementos artísticos y de paisaje urbano. El espacio público es el conjunto articulado de los bienes públicos más elementales de paisaje y valores escénicos, y tejido conector que la enlaza e integra, y que debiera ofrecer a todos oportunidades de encuentro, recreación y esparcimiento, y de convivencia social.

El espacio público es la imagen y la identidad de una ciudad, revela la eficacia y visión de su gobierno, el nivel de educación de sus habitantes y su cultura, y la calidad de vida de que disfrutan sus ciudadanos.   En el espacio público deberíamos de tener un piso común que nos iguale a todos, jóvenes y viejos,  clases medias,  pobres y  ricos. Especialmente a los pobres, el espacio público debe darles oportunidad de disfrutar cosas que de otra forma no podrían, como el arte, un equipamiento de calidad, y un  medio digno, bello y estimulante. De hecho, junto con una educación de calidad, un espacio público funcional, digno y bello es la mejor forma de aliviar los efectos la pobreza, de lograr una redistribución justa de activos comunes, y de establecer un terreno de juego más nivelado para  todos. La pobreza, más que carencia de dinero, es carencia de capacidades y de medios, y carencia de bienes públicos.





En las ciudades, el espacio público también es  incubadora de valores cívicos que nos permiten cooperar con los demás, participar y compartir intereses e iniciativas, y
 cultivar  el respeto a reglas básicas de civilidad y convivencia social. Por tanto, el espacio público debe  ser un espacio abierto, gratificante y seguro para todos; limpio y con buen mantenimiento,  con  elementos artísticos o culturales,  y por supuesto, con reglas claras de uso que se hagan respetar por las autoridades. Imaginemos a nuestra ciudad con banquetas limpias y arboladas; con muros sin grafiti; con estaciones del metro y paraderos diseñados con gracia arquitectónica, y con materiales dignos y de buena calidad, sin vendedores ambulantes y sin basura ni expendios malolientes de alimentos, con comercios concesionados legalmente  en instalaciones pulcras y modernas específicas para ello, con servicios sanitarios higiénicos, y con atrios o pasajes abiertos a exposiciones o muestras artísticas permanentes o temporales. Imaginemos que en nuestra ciudad, cada barrio tuviera parques bien conservados e iluminados, limpios y libres de comercio callejero e ilegal, con árboles y plantas bien cuidadas. En estos parques habría pequeñas bibliotecas equipadas con computadoras y conexión a internet, y con concesiones para quioscos atractivos para la venta de alimentos y bebidas, con canchas deportivas abiertas para todos, bien vigiladas y mantenidas, y con actividades organizadas para niños, jóvenes y adultos mayores. Imaginemos también que en cada barrio y sobre todo en las zonas más céntricas y centros históricos, muchas calles fueran sólo para peatones, con tiendas, restaurantes, bares y cafés, bancas y luminarias, vegetación ornamental, y estacionamientos para bicicletas. Pero en nuestra ciudad, el espacio público  sufre una tragedia de los recursos comunes. Mafias, partidos políticos u otros grupos organizados, o simplemente individuos necesitados se lo apropian como recurso comercial, hasta que lo prostituyen y destruyen. Esto se soporta en redes de corrupción operadas por funcionarios de los gobiernos delegacionales. Los ciudadanos se sienten humillados y frustrados, aún inconscientemente. Los comercios formales cierran y se pierden empleos, se abandonan casas y edificios o sólo se utilizan como bodegas, y se crea un ambiente propicio para la delincuencia. La ilegalidad se multiplica con la venta callejera de productos piratas, que  con frecuencia son el último eslabón de largas cadenas de actividades criminales. Como todo esto se vuelve algo normal y común, se crea una actitud de tolerancia con la ilegalidad. Es además la base y el territorio de la economía informal, donde nadie paga impuestos. 

Muchos dicen que ante la pobreza y el desempleo, no hay alternativa. Sin embargo, luchar contra el desempleo no debe implicar la destrucción del espacio público ni tampoco debe justificar la multiplicación de la ilegalidad y la delincuencia. Es algo estúpido. Hacerlo así es una pésima política social, improductiva y muy costosa. Hay que un poco ser más creativos.

2 comentarios:

  1. Al parecer a los gobiernos en turno en el D.F. no les interesa hacer algo para retirar del espacio publico a los ambulantes, piensan que van a perder infinidad de votos electorales, sin tomar en cuenta que lo que pierden es la credibilidad de nosotros los ciudadanos que tenemos que arriesgarnos al pasar por estos lugares sitiados...

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  2. En efecto, Luis, tienes toda la razón... ¿Qué hacer?

    Saludos

    Quadri

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