viernes, 11 de noviembre de 2011

MARCELO O EL FIN DE LA IZQUIERDA

A quienes no nos consideramos de izquierda, podría encantarnos que el candidato del PRD y adláteres fuera su conocidísimo Gran Líder, lo que sellaría la debacle electoral de esa alianza tanto a nivel federal como en la Ciudad de México, y en cascada, su pulverización y marginalidad. El Gran Líder es una garantía. Por su estéril encono y  resentimiento puestos al servicio de una ambición política obsesiva  (¿de qué vive? ¿qué haría sin el poder?), por su gastada vulgaridad y  discurso pueril ahora en un tono de cursilería risible (“una república amorosa”),  su provinciana y desnuda demagogia, y un prestigio repulsivo para la mayoría de los electores.

Bravo. Sin embargo, la destrucción institucional de la izquierda – tarea que él personalmente casi ha culminado con éxito – privaría al país de indispensables contrapesos  y oferta política. El mercado político se empobrecería, y estaríamos en un escenario duopólico, poco sano, que dejaría a una todavía significativa franja del electorado (15-20%) sin representación. Y no es que al decirlo aceptemos el chantaje de la violencia revolucionaria,  aún latente en algunas trincheras de la izquierda.

Aunque nos cueste aceptarlo (a quienes no somos de izquierda), una democracia sin izquierdas sería una pobre democracia, como lo es también sin liberalismo (caso misterioso de México). Al igual que en la economía, una competencia débil siempre genera ineficiencias e inequidades en el sistema democrático representativo,  y en la asignación de los recursos políticos del país. Una democracia vigorosa y eficiente exige un partido de izquierda competitivo, moderno y responsable, inteligente, institucionalizado e inequívocamente  respetuoso de la legalidad. La candidatura del Gran Líder impediría por mucho tiempo satisfacer esa necesidad. La candidatura de Marcelo Ebrard abriría esa posibilidad.

Marcelo ha hecho un gobierno decente en el Distrito Federal. Ha sabido mantener a raya a la inseguridad y a la delincuencia, no ha acumulado deudas escandalosas, ha mantenido una importante y electoralmente productiva red de protección social, construido infraestructuras significativas en alianza con el sector privado, ha promovido exitosamente la inversión inmobiliaria, se ha comprometido con el transporte colectivo y no motorizado (metro, metrobús, RTP en Supervía y segundos pisos, bicicletas), ha defendido derechos y libertades esenciales (como un  liberal), y hasta ha llevado a cabo gratas intervenciones para restituir cierta dignidad y funcionalidad a un decaído espacio público (Madero, Centro Histórico, Garibaldi, Plaza de la República). Su pasivo mayor es tal vez haber sido incapaz de sacudirse la camisa de fuerza  corporativa del ambulantaje y de otros poderes fácticos en la ciudad; algo explicable – aunque no justificable – por la naturaleza y estructura clientelar de su partido, y por los malabarismos políticos a los que ha estado obligado.



Sobre todo, Marcelo puede representar para la izquierda mexicana la oportunidad de re-inventarse, sacudirse telarañas y ponerse al día. La puede hacer competitiva por sí misma, no por cacicazgos psicotrópicos de coyuntura como ha sido hasta ahora.  Muchos fuera de las coordenadas de izquierda  podrían sentirse cómodos  votando por él. Su candidatura podría crecer más allá de los cuarteles duros de la izquierda, y de sus fieles electores inclinados a la seducción de la demagogia y el populismo (que siempre los habrá, al igual que en toda América Latina). Podría ser digerible y aceptable por el sector privado, y por un amplio sector de la clase media con convicciones liberales (al menos en lo social). Sería interesante y hasta divertida una elección a tercios con personajes de nueva generación, frescos, atractivos e inteligentes: Peña Nieto (siempre y cuando se deslinde ya de Moreira), Josefina, y Marcelo. Se inyectaría azúcar y carácter a nuestra democracia hoy sumida en la hipoglucemia  y la mediocridad. Habría un terreno propicio,  entonces, para una discusión imperativa sobre cómo hacer que nuestra democracia sea funcional y dé resultados: coaliciones, reelección legislativa y en municipios, y una dosis de parlamentarismo. De cualquier forma, sin Marcelo, sería el fin de la izquierda. De verdad, no me alegraría.   

lunes, 7 de noviembre de 2011

INFONAVIT, DENSIDAD URBANA Y EMISIONES

Un desafío vital para nuestro país es la edificación de espacios urbanos eficientes donde pueda insertarse productivamente una oferta de vivienda orgánicamente integrada a la ciudad. La vivienda en sí misma carece de misión si no abre las puertas al empleo, educación, salud, recreación, cultura, movilidad, espacio público, convivencia y relaciones sociales, cohesión, creatividad, servicios, equipamiento, y equidad. Estos son sólo asequibles en la ciudad, y a través de los valores de proximidaden espacios urbanos densos y diversos. Cercenado de la ciudad, el derecho a la vivienda es sólo una auto-justificación burocrática, partera de distorsiones costosísimas para la economía y la sociedad, y para los propios derechohabientes de los organismos de vivienda. Además, profundiza las responsabilidades de México en el calentamiento que sufre el planeta al exacerbar las emisiones de gases de efecto invernadero.
La vivienda debe ser instrumental para la creación de espacios urbanos productivos y sostenibles, como objetivo primordial.   En gran parte, la morfología, dinámica, estructura, y sustentabilidad de las ciudades son resultado de las políticas de vivienda. De ellas depende significativamente que se desarrollen ciudades densas y compactas, eficientes  y competitivas. O su antítesis: desparramamientos habitacionales aislados y segregados en un contexto exo-urbano, que inoculan perversas distorsiones territoriales, sociales  y energéticas, desde luego insostenibles. Como ocurre ahora en México. No puede exagerarse la urgencia de promover condiciones de sostenibilidad para nuestro sistema urbano, y por tanto, para el país en su conjunto,  a través de políticas de densificación e integración orgánica de la vivienda a la estructura funcional de las ciudades. La institucionalidad del llamado sector vivienda, tal como está codificada en México, más que servir a este fin, es un obstáculo insuperable.
Una alta densidad urbana es precondición de eficiencia energética, de un bajo consumo per cápita de energía, y de bajas emisiones de gases de efecto invernadero. Por ejemplo: Houston y Atlanta registran densidades promedio menores a 15 habitantes por hectárea, mientras que Viena, Londres y Barcelona se acercan a 200 habitantes por hectárea. El consumo de combustibles per cápita es hasta siete veces mayor en las primeras que en las últimas.
En nuestro país es notable un proceso de expansión horizontal de las ciudades, mucho más rápido que el aumento en su población. Las densidades demográficas urbanas se han desplomado en numerosos casos por debajo de los 50 habitantes por hectárea. Esta inercia ha recibido un empuje definitivo por parte del INFONAVIT con políticas de crédito hipotecario masivo para vivienda en conjuntos aislados y en propiedad, a costo mínimo, y que dejan las decisiones de localización a las empresas desarrolladoras. El problema se ha exacerbado en los últimos años, de acuerdo a datos de SEDESOL, en la medida en que se incrementan las distancias promedio de los nuevos conjuntos habitacionales con respecto al centro urbano de las ciudades; superando con frecuencia 40 kilómetros. En este contexto, es imposible un transporte colectivo eficiente y confortable, y la única solución que queda a las familias es tratar de hacerse de un vehículo automotor privado.



Las ciudades con menor densidad ostentan los mayores índices de tenencia de vehículos. Por ejemplo, de acuerdo al IMCO, en Mexicali existen 450 automóviles por cada mil habitantes, y en Monterrey 308, mientras que en el valle de México hay 285 y en Guadalajara 269. Como referencia, en la zona metropolitana de Nueva York, esta cifra es de 230, y  mucho menor en Manhattan. De tal manera se deforman las estructuras modales de transporte y movilidad, y pierden peso relativo las opciones colectivas y no motorizadas, que son imposibles, costosas o imprácticas en circunstancias de desparramamiento urbano de baja densidad. No  extraña así que la demanda de combustibles se eleve a tasas desmesuradas (5% anual), más todavía, si es incentivada por un obsceno sistema de subsidios gubernamentales. Tampoco debe sorprender que los vehículos automotores sean la más importante y dinámica fuente de emisiones de gases de efecto invernadero en México. El INFONAVIT aporta voluminosos costales de arena para ello.