viernes, 30 de septiembre de 2011

EL INFONAVIT Y EL GATITO, CRÓNICA URBANA


Yo quería un gatito, pero mi mamá me decía que no, porque vivíamos todos en un cuartito en casa de mi abuelita… Mi papá trabajó duro y obtuvo un crédito del INFONAVIT… Tuvimos entonces nuestra casa nueva, y yo tuve mi gatito….”  El locutor remata afirmando que… “no es el fin de la historia…” En efecto, si hubiera alguna mínima capacidad de observación crítica sobre el desempeño de INFONAVIT, la historia debería seguir:

“Cuando nos mudamos a nuestra nueva casa, nos sentimos muy felices de vivir en el campo, en un cerro,  aunque rodeados de una barda, que nos separaba de milpas y potreros, y de basura regada por todos lados. Eran muchísimas casitas, muy chiquitas, como en un enorme panal de abejas, todas igualitas, unas junto a otras en hileras larguísimas. Apenas cabíamos mi mamá, mi papá, mis hermanitos, mi gatito, y yo. Había pocos vecinos, ya que muchas casitas estaban abandonadas, llenas de garabatos de grafiti, o enrejadas. Para jugar, salíamos a un terreno baldío que había cerca de nuestra casa, donde había unos columpios  oxidados, y donde se juntaban los muchachos a fumar y a beber caguamas, ya que no había nada más qué hacer. Nos daban miedo, y mi mamá me prohibió salir, pero mi gatito estaba feliz, persiguiendo ratas en las banquetas agrietadas  por el zacate, aunque no había casi árboles.   Había poca agua, y no nos podíamos bañar todos los días, pero salía caliente gracias a un tinaco negro que estaba en el techo, y a un calentador solar ecológico que nos habían puesto. Luego mi papá lo bajó del techo y lo vendió. Se tardaban mucho en recoger la basura, y se amontonaba durante días en las esquinas y en el terreno donde antes íbamos a jugar. Para salir, y poder llegar hasta la carretera y a la parada del camión, teníamos que caminar mucho. El camión pasaba como cada media hora. Para ir a la escuela me levantaba a las cinco de la mañana, y mi papá a las cuatro para poder llegar a su trabajo. Nos tardábamos más de dos horas en ir y otras dos horas en volver. Regresábamos muy cansados, y no me daban ganas ni de estudiar, ni de jugar, ni de hacer la tarea; mejor me ponía a ver la televisión. Mi papá volvía ya muy noche, y de mal humor. Nos decía que gastaba mucho dinero en los camiones, y a veces en taxis, y que eso le salía más caro que pagar la hipoteca del INFONAVIT. Mi papá pidió prestado a mi tío, y entonces se compró un coche viejito que echaba mucho humo; igual que los de los vecinos. Todos decían que necesitaban el coche porque si no, no podían ir a ningún lado, ni a la escuela, ni a trabajar, ni al mercado. Todo nos quedaba muy lejos. Cerca no había tiendas, ni parques, ni nada; sólo algunas casuchas junto a la carretera, y a lo lejos, otras unidades habitacionales del INFONAVIT, de muchos colores. No hablábamos con nadie, ni teníamos amigos; todos los vecinos desconfiaban de los demás. Algunos ponían tienditas en la puerta de su casa, para vender cosas de comer, pero todo  era muy caro.  Al final, mi papá decidió que nos regresáramos a la ciudad, a casa de mi abuelita, cerca del Centro.  Abandonamos la casa del INFONAVIT y mi papá dejó de pagar la hipoteca. Mejor, con ese dinero, ahora rentamos un departamentito, y nos ahorramos los gastos en transportes y gasolina;  voy a pié a la escuela, tengo amigos, jugamos en el parque o en al patio del edificio. Salimos a pasear y de compras, y mi papá va a trabajar tomando un camión en la esquina. Vendió el coche viejo, y está más tiempo con nosotros. Mi gatito también está feliz, brincando por las azoteas de los edificios.” FIN.

viernes, 23 de septiembre de 2011

MARCELO


El Distrito Federal ha sufrido cambios notables en su andamiaje institucional durante 15 años de gobiernos de izquierda. Destaca la dispersión de facultades técnicas, de gestión urbana,  y de poder real, hacia la Asamblea Legislativa y a las delegaciones, a la par del desmantelamiento de capacidades operativas y de planeación dentro del gobierno central. También, la consolidación de una estructura corporativa integrada al partido gobernante, que por un lado ofrece soporte y legitimidad clientelar, pero, por el otro, coarta de manera tajante los espacios de autonomía para las políticas públicas e impone su ley e intereses en la ciudad. Entre sus pilares más conspicuos están transportistas,  vendedores callejeros,  demandantes de vivienda, sindicatos, y una variopinta gama de organizaciones sociales. Es una  reproducción vernácula  del gran edificio corporativo edificado por el PRI en México durante buena parte del siglo XX.  Sobresale igualmente la creación de una extensa red asistencialista financiada con presupuestos gubernamentales  a través de subvenciones directas (ancianos, estudiantes, desempleados) y de subsidios generalizados a servicios públicos (como al metro, y en menor medida al agua).  Ciertamente esto contribuye a mitigar desigualdades,  a crear condiciones mínimas de cohesión social, y a asegurar lazos de lealtad electoral. Pero rigidiza (casi son políticamente irreversibles) y compromete la solvencia del erario de la ciudad,  además de deteriorar la salud financiera y la calidad de los propios servicios públicos. (Ojo: determinados subsidios pueden ser necesarios, pero deben ser focalizados, no universales). El estrechamiento fiscal se acentúa por el abultado endeudamiento heredado del gobierno anterior (que duplicó la deuda del DF y su servicio entre el 2000 y el 2006), por reglas inequitativas de reparto en las participaciones federales, y por la comprensible resistencia a la imposición de nuevas contribuciones.

En este complejo mecanismo de frenos y palancas se ha insertado el gobierno de Marcelo Ebrard en la Ciudad de México. Entenderlo, es indispensable para valorar su gestión de manera objetiva, junto con  las camisas de fuerza que lo aprisionan y  las oportunidades que la ciudad le ha ofrecido, y también,  a la luz de los atributos subjetivos del personaje. Probablemente Marcelo ha sido el gobernante con mayor conocimiento y competencia en la ciudad, con una visión moderna, y  una destreza notable para operar dentro de la jungla de intereses partidarios y corporativos que atestan al Distrito Federal, incluidas las trampas y presiones de su inefable predecesor. 

Así, no deben escatimársele sus logros: Mantenimiento e incluso mejora en la seguridad pública, algo doblemente meritorio en el desgarrador contexto nacional; impulso al transporte colectivo a través del Metrobús, la línea 12 del metro, y  autobuses de RTP; nueva infraestructura de movilidad vehicular – indispensable, vista desde el realismo urbano –  donde destaca  la construcción de vialidades de cuota financiadas por empresas privadas y por los usuarios, no por el erario público; bicicletas públicas como nueva opción de movilidad; restauración y dignificación peatonal del eje que va del Monumento a la Revolución y Plaza de la República a la calle de Madero; fuerte impulso a la inversión inmobiliaria, loablemente en Reforma; y desde luego, un clima apreciable de tolerancia y libertades ciudadanas. Pero tampoco, y en su complicada circunstancia, deben soslayarse  los pasivos acumulados en su administración.  Entre ellos, la entrega del espacio público a mafias de vendedores callejeros, y su degradación, especialmente  en estaciones del metro y paraderos de microbuses, al igual que en áreas emblemáticas como Chapultepec, la Alameda Central y numerosas plazas y calles; una decadencia urbana deprimente en corredores estratégicos, como Insurgentes centro; y, un fracaso ostensible en pavimentación, y en gestión de residuos, particularmente en el Bordo Poniente.

Dentro de todo, Marcelo ha sido capaz de construir una narrativa coherente, atractiva  y racional de gobierno, que ahora, proyectada, le ofrece una plataforma muy valiosa para lanzar una candidatura presidencial competitiva. Sin ella, y sin él, la izquierda seguiría hundiéndose en el mesianismo aldeano, abrazada férreamente  al populismo resentido como única ideología visible.

viernes, 9 de septiembre de 2011

SEGURIDAD PÚBLICA, MITOS


El crimen se ha reducido espectacularmente en Nueva York, en un 80% entre 1990 y 2010, incluyendo el homicidio, la violación, el asalto a mano armada, y el robo de autos (Scientific American. Agosto, 2011). Y nada ha tenido que ver con la pobreza,  ni con el desempleo, ni con el consumo de drogas.  La experiencia de Nueva York confronta y desenmascara a la derecha moralista, y a la corrección política de izquierda (incluida la UNAM; ver su reciente colección de lugares comunes en materia de seguridad pública). Nueva York derrotó a la criminalidad, pero el consumo de drogas no varió significativamente durante el período. La pobreza tampoco se abatió; y el desempleo incluso aumentó. La tasa de detención y encarcelamiento por cada 100 mil habitantes disminuyó después de alcanzar un máximo en 1997. ¿Entonces?

Pueden hacerse conjeturas equivalentes en México. La criminalidad no varía ni en el tiempo ni en el espacio en función de la pobreza de municipios o  entidades federativas, ni tampoco de acuerdo al desempleo. Los estados hechos girones por la delincuencia resulta que tienden a ser ricos y a ostentar niveles bajos de desempleo: Nuevo León, Tamaulipas, Coahuila, Sinaloa. La tierra caliente de Michoacán, madriguera de La Familia y de los Caballeros Templarios, no se caracteriza por una honda pobreza relativa. Algunos de los estados más pobres, como Chiapas, Yucatán y Oaxaca, han visto pasar sin mayores rasguños la invasión de la criminalidad. Los pobres y los desempleados no tienden a ser delincuentes, como pregona la izquierda en boca de su Gran Líder  o de su candidato a gobernador de Michoacán (Silvano Aureoles), quien ha sido capaz, en días recientes,  de justificar y de condescender con delincuentes y asesinos. Tampoco los ricos  son necesariamente santos o ciudadanos ejemplares, como se sigue de las  presunciones de la izquierda mexicana. El haber asumido como doctrina la vulgaridad provinciana de su último mesías, le impide leer datos, analizarlos y obtener conclusiones lógicas. Al resto de nosotros nos ha paralizado una cultura política que desconoce y repudia a la esencia misma del Estado y de la democracia: el uso de su fuerza legítima en defensa de la legalidad. Tal vez nos gana un antiguo romanticismo justiciero, o el resentimiento tramposamente cultivado por excesos ocurridos muchas décadas atrás (1968). O pueden  ser también la desconfianza y el relativismo con respecto a la ley, sembrados desde épocas coloniales.

Poco ayudan la proverbial corrupción,  descrédito y desprestigio social de los cuerpos policiacos, hoy capturados por la delincuencia organizada. Es un juego de espejos: cerramos los ojos a la importancia de la legalidad y del uso de la fuerza legítima del Estado, por tanto, la hemos atomizado en 2,500 cuerpos miserables de policía municipal; festín para la los criminales. Increíble.  Los últimos baluartes: el Ejército, la Marina, y la Policía Federal son denostados, se exige su capitulación o retiro, o se les niega el marco jurídico necesario para su actuación emergente.  Sin cultura de legalidad, y sin otorgar legitimidad absoluta al uso de la fuerza contra quienes violan la ley por la razón que sea, nos persiguen la impunidad generalizada desde arriba hasta abajo, y la descomposición en las reservas morales de la sociedad.


Nueva York no cree en mitos. No predicó lugares comunes de corrección política, ni esperó estúpidamente a que desaparecieran la pobreza, la drogadicción y el desempleo. Abatió la criminalidad gracias a  una policía unificada, más numerosa, capacitada, fuerte y eficaz; y a una actividad policiaca disuasiva, inteligente y abrumadora,  focalizada a través de una estrategia geográfica bajo mandos directamente responsables, y escrutada por medio de datos duros.   Desde luego esto no soslaya la relevancia de políticas sociales para la prevención del delito, ni de la legalización de las drogas; sólo las precede.

domingo, 4 de septiembre de 2011

MORATORIA DE VIVIENDA


INFONAVIT ya cerró un largo ciclo.  Atrás deben quedar décadas de fuerza bruta hipotecaria, donde el éxito se contabilizó a través de la métrica más elemental: millones y millones de créditos otorgados y de casas (es un decir) construidas. Décadas en que se incubó y desarrolló una poderosa industria especializada – la edificación de vivienda popular – , una sofisticada arquitectura fiscal y financiera, y un complejo ecosistema institucional (cuotas  de nómina obligatorias, ONAVIS, OREVIS, SOFOLES, AFORES, bancos, empresas constructoras, proveedores, agentes inmobiliarios, instrumentos bursátiles y de intermediación financiera, subsidios, etcétera). El objetivo parecía intachable, y la lógica redonda. Vivienda para todos los trabajadores en nómina (ahora pretende extenderse también a los informales), al menor costo posible, de tal forma que la hipoteca pudiera ser pagada con una fracción de pocos salarios mínimos. Abaratar costos para llegar a más derechohabientes ha sido la divisa, lo que ha implicado producción y ensamble masivos y en serie, economías de escala, nuevas tecnologías para minimizar el uso de materiales, achicamiento constante en la superficie de las viviendas hasta hacerlas infinitesimales, y… por supuesto, su desplante horizontal en el suelo ejidal más barato posible, permitiendo márgenes razonables por volumen a las empresas desarrolladoras.  Es la vivienda como commodity a granel y unidad de cuenta y foco exclusivo en el desempeño del INFONAVIT. En gran parte, no puede dudarse, ha significado satisfacciones importantes para las familias beneficiadas. Pero ha traído el caos territorial a las ciudades y municipios de México. Las consecuencias son gravísimas, y no aparecen por ninguna parte, ni en los informes del INFONAVIT, ni en los estados financieros de las empresas desarrolladoras. Fanfarria política y utilidades corporativas, pero terribles costos públicos.

Es importante tener a la vista el contexto. Por un lado,  la pérdida de facultades del Gobierno Federal en materia de regulación de los usos del suelo desde las modificaciones al Artículo 115 Constitucional de 1983, la debilidad y corrupción crónica de los gobiernos locales, y la virtual secesión agraria (ejidos y comunidades) de la vida institucional del municipio; el resultado es la ausencia factual de capacidades de ordenamiento y regulación del territorio. Por el otro lado,  la ignorancia en el Gobierno Federal de que las políticas de vivienda son no sólo el nutriente y catalizador del desarrollo urbano, sino su código de estructura y funcionalidad espacial.

La política urbana del Gobierno Federal ha sido la inexistencia de política urbana. Sólo dejar hacer y dejar pasar al INFONAVIT y, bajo su rectoría,  a las empresas desarrolladoras de vivienda popular. Las ciudades “no aguantan más” al INFONAVIT, así. Vaciamiento de los cascos urbanos, dispersión y desorden, lejanía, necrosis del tejido social, suburbanización extensiva, falta de servicios, costos exorbitantes de transporte, predominio de vehículos automotores, ineficiencia energética, mayor consumo de combustibles, más emisiones de gases de efecto invernadero, fealdad deprimente del paisaje, muerte de la vida vecinal y de los gérmenes de sociedad civil, habitación humillante, extirpación del espacio público, pérdida de competitividad de las ciudades, aislamiento y patologías de convivencia, incubación del crimen, abandono de viviendas, desmoronamiento de la gobernanza local, e hinchazón de la cartera vencida del INFONAVIT que anticipa una potencial crisis hipotecaria en México.  Cada nuevo desarrollo de vivienda, y cada nueva hipoteca otorgada en estas condiciones tienen un costo público que es ya inaceptable. El desastre es patente.


INFONAVIT debe parar, y de manera honesta y autocrítica, asumir una moratoria de vivienda. Debe plantearse su fusión con CONAVI, y la creación de una nueva Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda, que revierta el caos, adquiera y gestione reservas territoriales y repueble las áreas centrales de las ciudades con viviendas verticales en polígonos de actuación urbana, en coordinación explícita con los gobiernos municipales, y en alianza virtuosa con empresas desarrolladoras. Implica, entre otras muchas cosas, cambiar la unidad de cuenta, y que la vivienda deje de ser un commodity.