viernes, 15 de julio de 2011

LA INGENIERÍA MEXICANA Y EL REGRESO DEL PRI

La ingeniería mexicana nació y murió en el siglo XX. El México que hoy tenemos es esencialmente la obra de este pasado vivo aún en la memoria reciente, atestiguada con ardor patriótico en los noticiarios del cine por la voz de Fernando Marcos y el huapango de Moncayo: las grandes presas del Grijalva y del Balsas, centros médicos, campus universitarios, acueductos, túneles y drenajes,  puertos industriales,  puentes y autopistas,  aeropuertos, metro, e instalaciones olímpicas. Si Porfirio Díaz acudió a  ingenieros del exterior (destacadamente Pearson) para crear una envidiable red ferroviaria, el gran canal del desagüe, el primer sistema moderno de puertos, y un asombroso acervo  de edificaciones cívicas y culturales, la Revolución formó y encargó a la ingeniería nacional su obra constructora. El florecimiento de  escuelas de ingeniería en la UNAM y el IPN, y de empresas emblemáticas como ICA no puede entenderse al margen de esa épica. 

El costo de la corrupción no aparecía en la contabilidad de la opinión pública, no por cinismo, sino por explicable encandilamiento. De un país conducido por  generales y licenciados, México pasó a ser un país llevado en vilo por una generación de ingenieros; los más, brillantes y emprendedores, destacadamente, Bernardo Quintana.  El desarrollo de la  ingeniería en México fue consecuencia de lo que hoy llamaríamos una verdadera política industrial. Podría decirse que la ingeniería civil fue una ideología en sí misma, y el brazo ejecutor de un gran proyecto nacional, que en sus mejores momentos, para qué negarlo, llegó a ser inspirador. La democracia y la alternancia trajeron método, pero no contenidos, impusieron la dispersión del poder y ostentosas incapacidades directivas; nos dejaron huérfanos de proyecto nacional.  Sólo la rutina de presupuestos gubernamentales básicos aplicados en mantenimiento y extensión incremental de la infraestructura legada desde el siglo XX,  edificios privados, ciertas obras viales, y excepciones inerciales como el Emisor Oriente del Drenaje Profundo y la línea 12 del metro en el DF, mantienen en vida precaria a la ingeniería mexicana.

Nuestra ingeniería sufrió con la apertura económica, al enfrentar en desventaja a empresas extranjeras que han venido con su propio financiamiento internacional bajo el brazo. La calidad de la educación pública decayó, mientras que los jóvenes ahora buscan prestigio, satisfacción profesional  y altos ingresos en disciplinas menos demandantes. De hecho, numerosas escuelas de ingeniería civil han cerrado o han estado a punto de hacerlo. Languidecen el Colegio de Ingenieros Civiles y la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción.

Los proyectos de ingeniería son el lenguaje físico de cualquier proyecto nacional, y su ausencia, el silencio de la orfandad. Esta verdad se palpó con tristeza en torno a las celebraciones del bicentenario de la Independencia, cuando no hubo la convicción, ni energía, ni destreza mínima para construir un simple monumento ornamental en el Paseo de la Reforma (Estela de Luz). Porfirio Díaz, desde Montparnasse (¿o ya estará en Oaxaca?) sin duda se regocijó, al saber que cien años después, su espléndida obra conmemorativa creció en la perspectiva de nuestra mediocridad.



En su peor desenlace, el ánimo constructor visionario del siglo XX degeneró en el financiamiento hipotecario masivo a la proliferación anárquica de millones de viviendas, aisladas de las ciudades, y ensambladas  en  infames panales monotemáticos  en periferias urbanas. Muchas firmas de ingeniería desaparecieron, y ocuparon su lugar empresas de vivienda de bajo costo que se multiplican bajo la égida del INFONAVIT, y se organizan en su propia cámara. Lo que hacen, no requiere de ingeniería seria, sino de astucia para maximizar utilidades bajo las reglas del juego puestas por el propio INFONAVIT. No es su culpa. Sin proyecto nacional ni capacidades directivas no hay proyectos trascendentes posibles. Tampoco ingeniería nacional. Algo tendrá que ver esta nostalgia – legítima – con el anunciado regreso del PRI al poder federal.

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