viernes, 1 de abril de 2011

FUKUSHIMA, ENCRUCIJADA ENERGÉTICA PARA MÉXICO

El desastre nuclear en la planta de Fukushima-Daiichi fue desatado por una de las peores catástrofes naturales que registra  la memoria humana, que coincidió con deficiencias de diseño en reactores con más de cuatro décadas de antigüedad, y con errores sorprendentes  en la celebrada técnica japonesa. Fue envuelto y precedido además por una atmósfera de opacidad y desconfianza hacia el operador: Tokyo Electric Power Company (TEPCO). Fukushima enseña que en la caprichosa ruleta de los riesgos, dado un tiempo suficiente, lo peor  ocurre antes o después. Acontecimientos de costo descomunal, aunque de probabilidad mínima,  no deben ser soslayados por el pragmatismo ingenieril  a la hora del diseño. Por cierto, algo para reflexionar sobre eventos catastróficos pero aparentemente poco probables que puede traer consigo el calentamiento global. 

La energía nuclear siempre ha sido estigmatizada por sus opositores, con razón, al no haber resuelto el problema de cómo disponer de manera segura los residuos radioactivos de vida muy larga. También, por los impactos ambientales asociados a la minería del uranio, por el costo alto e incierto de las plantas y la necesidad de cuantiosos subsidios y/o garantías gubernamentales, y porque al final, las reservas de uranio también son limitadas. Pero el flanco más débil de la energía nuclear han sido sus riesgos potencialmente catastróficos, ahora acreditados por Fukushima.

Si bien Fukushima no es Chernobyl, sí supera a Three Mile Island en la estela de calamidades que ha dejado. Entre ellas, irónicamente, menores márgenes de maniobra y de voluntad política para luchar contra el cambio climático en el mundo. La energía nuclear entraba en un renacimiento, con reactores más seguros y estandarizados, y según sus promotores, más baratos y de construcción más expedita. Venía ofreciendo energía de carga básica (base load) confiable y altos factores de planta (superiores al 95%) como soporte y transición asequible hacia una economía de bajo carbono nutrida por energías renovables, que, como sabemos, en gran medida son intermitentes. Requieren un cimiento permanente de generación eléctrica en que apoyarse. Si Fukushima descarrila a la energía nuclear, como parece al menos en occidente, sólo quedan el carbón y el gas natural para cumplir ese papel. El primero es el combustible fósil más contaminante y siniestro. Cientos de personas mueren al año en minas de tiro, y miles de hectáreas –  montañas enteras –  son arrasadas  para extraerlo en explotaciones a cielo abierto. Muchas personas más mueren por enfermedades respiratorias en condiciones atroces de calidad del aire por las emisiones de óxidos de azufre, partículas, óxidos de nitrógeno, y mercurio hiper-tóxico de plantas termoeléctricas alimentadas con carbón. La lluvia ácida que causan envenena lagos, ríos y bosques. Todo ello, curiosamente, sin que nadie se indigne demasiado.  El gas natural es más benigno y limpio; sus emisiones de gases de CO2 son la mitad del carbón, lo cual ofrece algún consuelo y un colchón de tiempo un poco más mullido. Ahora, sus depósitos más abundantes son del llamado shale gas o gas de lutitas (atrapado en antiguas rocas sedimentarias). Su explotación requiere fracturar la roca con agua a  grandes presiones; los riesgos de contaminación son considerables.  

Al inhibir el renacimiento de la energía nuclear como opción, Fukushima no sólo atrofiará  esfuerzos políticos internacionales contra el cambio climático, sino que podrá acelerar las emisiones de gases de efecto invernadero (por un mayor uso de carbón y gas), y acercar en el tiempo las consecuencias previsibles del calentamiento global.

La hidroelectricidad no tiene ya mucho espacio para crecer en México, y  no hay ni carbón, ni shale gas en volúmenes significativos. Descartando a la energía nuclear, habrá que importarlos en buena medida en un horizonte de largo plazo, y apostar decididamente por energías renovables.  Sin embargo, la construcción de una matriz energética con un alto componente de fuentes renovables tendrá una onerosa contraparte. Más aún, cuando se anticipa una mayor demanda de electricidad por el advenimiento de los vehículos eléctricos, y, deseablemente a largo plazo, de medios de transporte colectivo en forma de ferrocarriles suburbanos e inter-urbanos de alta velocidad. Ante Fukushima, el monopolio eléctrico mexicano y los subsidios colosales al consumo de electricidad hacen mucho más compleja esta encrucijada.

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